- ¿Qué carajo le pasa a este mundo que alguien le roba a un doctor en Periodismo? - preguntó el Poeta.
El Poeta goza con la creación, se nutre de sí mismo, y da nacimiento.
Hablamos de la vida. De nuestros proyectos. De que me gustaría alquilar un auto para bendecir el suelo boliviano y llevar whisky o cualquier otra porquería que vendan, y "vivir sin pensar", como dijo el Poeta. A la mierda con Resistencia. Tenemos, y encontramos, un bar mejor, a la vuelta de Molier, que siempre está vacio y donde te atienden como los dioses. Me siento Kerouak. El Poeta sueña que es Jim Morrison. Y en ese sueño hay una premonición sufí: nadie puede soñar que es otro si el otro no sueña que es uno. O algo así.
El bar al que vamos parece ser el último refugio de los tontos, de los hombres que ya perdieron la decencia a manos de la vida, los vapuleados, la clase obrera fracasada. Ya ni los rufianes amenizan las noches de juerga como en la Buenos Aires que nos contaron que existía en la época de Roberto Alrt. En ese bar, todos perdieron el alma ya, y nosotros no sabemos si tenemos una. Vivimos sin pensar o pensando demasiado. Nos dan una mesa central y nos sentimos a gusto, tratados con la deferencia que corresponde a dos doctores en Periodismo. La mayoría que nos rodea, es gente diligente y honrada al menos. Pedimos una Stella y todavía no probamos la pizza del lugar. Ese bar debería sponsorear nuestros proyectos.
Hijo de Psicoanalista
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